En la elaboración y desarrollo de un portafolio educativo,
después de elegir y compartir con el alumnado las evidencias y como se van a
evaluar las mismas, pasamos a otra fase donde toca elegir los mejores trabajos
realizados o las partes de aquellas actividades y que muestran un buen
desarrollo en el proceso de aprendizaje. Se trata de aquellas muestras de
trabajo relevantes y que representan evoluciones positivas en función del
objetivo que se pretende.
Es necesario valorar de manera argumentativa las propias
consecuciones, tanto del proceso seguido como de los resultados, y también lo
que falta para un logro completo, así como manifestación de las vías para
alcanzarlo. Si no se incluyeran procesos reflexivos en el e-portafolio que
reflejen los puntos flojos y fuertes del proceso de aprender, consecuentemente,
no podría incorporar propuestas de mejora con garantías.
En mi caso los aspectos más débiles de la utilización del
portafolio provienen de la necesidad de tener que estructurar de una manera
detallada las distintas herramientas que van a componer los ejes del mismo. A
la vez que escribo estas línea me doy cuenta que esta supuesta debilidad se
puede convertir en una fortaleza, ya que el poder dejar evidencias abiertas en
cuanto a la utilización de los formatos para su realización, pueden predisponer
el proceso a aumentar la creatividad en el alumnado.
Esto se convertiría entonces en uno de los retos,
flexibilizar, abrir caminos para que el alumnado proponga distintas maneras de
presentar una evidencia, que en última instancia cumplan con los requisitos
mínimos que hay que tener en cuenta en la realización de las competencias
básicas solicitadas.
Es por ello, que en estos procesos de apertura, dejemos
espacio al desarrollo de las capacidades en cuanto a la toma de decisiones, a
procesos creativos y de innovación, muy ligados a aspectos propios cercano a
procesos de desarrollo personal, y por ende, académicos.
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